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Invitado zk1391

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Para ver si la gente se anima, aquí os dejo una de las pruebas que se llevaron a cabo en los últimos meses, ordenada, de un combate ficticio por una armadura. Espero que, al menos, os guste:

[b]Prueba A[/b]

[b]Narrador[/b]

Todavía faltan unas horas para el mediodía, pero el sol ya se encuentra en lo alto del cielo, brillando con fuerza y calentando el polvo del pequeño anfiteatro. Los asientos se van ocupando poco a poco, mientras en lo alto de la edificación todavía se espera la figura del patriarca. La caja metálica ya está allí, la armadura de bronce por la que estos dos candidatos van a probar si el duro entrenamiento de los últimos años ha merecido realmente la pena.

Sus maestros les dan los últimos consejos al pie de la arena de combate. Ambos han recibido diferente instrucción y cada uno tiene su propia forma de ver la constelación guardiana a la que aspiran honrar. Poco podían imaginar cuando abandonaron sus vidas y llegaron al Santuario, escapando de las guerras religiosas que asolan Europa, que algún día lucharían con ese mismo fervor por proteger a una joven deidad de la que nunca habían oído hablar.
Los dos sudaban, pero no por el calor, que a esas fechas de abril todavía no era ni la sombra de lo que podía llegar a ser. Eran los nervios, el estrés y la tensión de conseguir un objetivo y no decepcionar a sus maestros ni a los compañeros que habían quedado atrás, o los que ya habían conseguido su armadura. Ellos combatían por enfundarse la armadura del Ave del Paraíso, un exuberante pájaro del que jamás habían oído hablar y mucho menos habían visto, pero que les daría su fortaleza para proteger a la diosa Athena cuando el momento fuera el indicado.

Llegó la hora, el patriarca había llegado y levantaba el brazo, esperando que los grupos de soldados, caballeros, aspirantes y demás trabajadores del santuario enmudecieran. Los aspirantes se habían dirigido al centro de la arena, mirándose y evaluándose, esperado que el anciano diera la señal. A su lado, sentada, con un velo cubriéndole el rostro y el rubio cabello estaba la joven que habían anunciado unos meses antes como la reencarnación de Athena en la tierra y lo que presagiaba un inminente peligro.

El patriarca bajó el brazo. La señal esperada para que los luchadores demostrasen quién era el verdadero merecedor de la armadura de bronce.

[b]Jugador T[/b]

Desde el centro de la arena, T levantó el rostro y miró al cielo antes de dirigirse a su adversario.
- Después de años entrenando por la misma armadura, nos encontramos en el momento final.

V hace movimientos de calentamiento, flexiona todo los músculos de su poderoso cuerpo y, sin más, se lanza al ataque tratando de golpearle con una patada.

- Vamos a ver que tal te has entrenado durante todos estos años.

[b]Narrador[/b]
OUT:
INICIATIVAS:
V 1d100= 31+15= 46
T 1d100= 91+10= 101

T Ataque 1d100= 24<62 Éxito Daño Patada 1d6+3=4+3= 7

[b]Jugador V[/b]

Mi contrincante por la armadura se abalanza sobre mí velozmente, lanzándome una patada de la cual me protejo como puedo, pero que debido a la fuerza del impacto me lanza varios metros hacia atrás.

- Veo que no has perdido el tiempo durante tu entrenamiento....pues bien, veamos de lo que eres capaz tú también!!

Tras reponerme del ataque, aúno fuerzas y le lanzo varios puñetazos a una elevada velocidad.

Ambos contrincantes se tantean con golpes rápidos y sencillos, midiendo la técnica de su rival.

[b]Narrador[/b]

OUT
V Parada 1d100= 99>62 Fallo. El golpe impacta pero no causa daño gracias a las protecciones básicas que ambos lleváis, solo desplazándote.
V Ataque 1d100= 38<67 Éxito Daño 1d4=4+2= 6

[b]Jugador T[/b]

Analizo la posición en que se ha quedado el aspirante V, y puedo ver algún resquicio entre su defensa, tal y como me enseño mi maestro.
El Ave del paraíso siempre busca un lugar más alto desde donde aprovechar su tamaño y defender mejor el territorio. Éste es el momento.

Grito el nombre de mi constelación
- ¡APUS!

Tres puntos de luz en forma de triangulo se forma a mi espalda, si consigo prender mi cosmos lo suficiente la forma de un pájaro unirá los puntos y hará que mi ataque sea devastador. Me concentro para reunir energía para lanzar un ataque tan fuerte como pueda.
Un aire gélido se reúne alrededor de mí, un cosmos multicolor me rodea y el Ave del paraíso se forma detrás.

- Has recibido bien mi primer golpe, veremos ahora si puedes con un golpe de verdad. ¡¡FURIA TORMENTOSA!!

Del halo que envuelve todo mi cuerpo, se forma un envoltorio de hojas tropicales que se abren, creando la ilusión de que multitud de formas aladas salen hacia mi rival, dando forma a innumerables puñetazos. Una bandada de pajarillos frenéticos va hacia V como un torbellino multicolor formando un rayo arco iris.

[b]Narrador[/b]

OUT:
Acción 1 T Carga Cosmos: Voluntad 1d100+15= 88+15= 103. Puedes triplicar el gasto de Puntos de Cosmos.
Acción 2 T Ataque Especial 1d100= 32<58. Gastas 24 PC y el daño pasa a ser 25+1d4+Bono(x3)= 25+3+3(x3)= 43 Puntos. La fuerza del viento serían 5+3d8 si no para, ni esquiva.


[b]Jugador V[/b]

- No lo he dejado todo atrás y sufrido tanto durante este largo tiempo, para caer ahora, en el último paso hacia la gloria.

Reúno fuerzas y me concentro para reunir todo el cosmos posible, para defenderme del ataque de mi enemigo.
Un aura carmesí me envuelve, la cual crece a medida que mi cosmos se intensifica.

- Con mi velocidad para esquivar y mi defensa especial para los golpes mas duros, detendré su ataque. ¡¡¡ESCUDO DE RUBÍ!!!

[b]Narrador[/b]

Acción 1 V Carga Cosmos: Voluntad 1d100+15= 56+15= 71. Puedes duplicar el gasto de PC para la defensa especial
Acción 2 V Defensa Especial 1d100= 47<61 Gastas 10PC y aparece el escudo con el doble de resistencia, 10 Puntos. Mantenerlo, si quieres, costará 2PC por turno.
Acción 3 V Parada 1d100= 29<80* (62+30%). Éxito.
V pierde el escudo de rubí (puedes volver a invocarlo en cualquier momento) por el daño absorbido. Recibes 8 puntos de daño por la potencia de los golpes, pese a haberlos detenido.

SIGUIENTE TURNO
Iniciativa T 1d00= 44+10= 54
Iniciativa V 1d100= 68+15= 83

[b]Jugador T[/b]

T ha puesto toda su alma en el ataque. Esa fiereza se despliega en los cientos de devastadores golpes que acosan a V, quien se parapeta tras su escudo de rubí. Aunque el ataque es mucho más poderoso de lo que esperaba V, logra detenerlo. Sin embargo, el escudo se fragmenta por la tremenda fuerza de los impactos y pequeños moratones aparecen en el cuerpo de éste.

- Escuditos de cristal a mí -fanfarronea mientras se coloca en una postura de defensa esperando el contraataque de V-. No ha podido parar por completo mi ataque, la próxima vez será la última. Esto parece ponerse divertido –dijo para sí mismo-. Demuéstrame que te has estado entrenando duro.

[b]Jugador V[/b]

Todavía aturdido por el ataque de mi adversario, miro hacia el coliseo buscando a mi maestro. Al mirarle siento cosmos, y sé que me quiere decir que puedo ganar, pero que debo ser determinante en cada una de mis acciones.

Mirando a su adversario, el cual se encuentra en pose de defensa, aunque vacilándole a la vez, se limpia la sangre que le corre el labio y se dispone a atacar.

Empieza a reunir cosmos con toda la rabia y la determinación que encuentra en su interior. Rayos de color rubí crepitan por el suelo, haciendo que se abran pequeñas grietas en él.

- ¡A ver si eres capaz de encajar este golpe! ¡¡LAGRIMAS DE RUBIII!!

Se lanza corriendo sobre su adversario, lanzándole furiosamente su ataque más poderoso (Ataque Especial).
Pero no se detiene ahí, su cuerpo ya está preparado para propinarle una fuerte patada en el improbable caso de que tras recibir sus lágrimas de rubí, todavía siguiera en pie su adversario.

Y si todo le es favorable, terminará retirándose hacia atrás, presto, preparándose para esquivar el posible contraataque de T.

"Espero que de esta salga mal parado, porque esa armadura tiene que ser mía"

[b]Narrador[/b]

Acción 1 V Ataque Especial: 1d100= 10<55 Éxito Agravado (Daño x 2)
Lágrimas de rubí: Gasto de 8PC (para amplificar sí se debe cargar). Daño 14+1d4+1(x2)= 14+4x2= 22 Puntos x2 (Agravado)= 44 Puntos +22 de cortes provocados por las vetas de rubí.
Acción 2 V Ataque (Patada): 1d100= 06<67 Éxito Crítico (Daño x3) 1d6+2= 2+2 x3= 12 x5 (PC)= 60 Puntos daño y niega armadura y defensa especial.
Acción 3 V (Pendiente).

[b]Jugador T[/b]

T no estaba desprevenido. Había provocado a propósito a su contrincante para que éste se lanzara sobre él con lo más fuerte que tuviera y aprovechar de esta forma el contraataque que, de seguro, su propia defensa le pondría en bandeja. Inclinó el cuerpo hacia delante, respiró hondo y comenzó su plan:
- ¡Viento de soledad!

Un tornado de viento, potenciado por el cosmos de T, salió de él mismo, convirtiendo todo el espacio alrededor de ambos combatientes en una tormenta de polvo en la que casi no se le puede ver, donde T es tan solo una sombra, una hoja en el viento difícil de alcanzar.

V cargó su cosmos y se lanzó hacia su rival. El mensaje que su maestro le había enviado desde la distancia había insuflado su corazón de valor y había hecho crecer su determinación. Lanzó sus múltiples puños convertidos en una auténtica lluvia de rubíes brillantes que se formaban junto a sus golpes y rasgarían al rival. Pero T le estaba esperando e invocó su cosmos para defenderse de su contrincante. El Viento de Soledad envolvió a ambos en un pequeño torbellino de arena y hojas que impedía al público que se situaba en el coliseo del santuario ver qué estaba pasando en la arena.

[b]Narrador[/b]

Acción 1 T Defensa Especial: 1d100= 45<50 Éxito (Activada)
Viento de Soledad: Gasto de 5PC y dura un turno completo.
Acción 2 T Esquivar: 1d100= 72>53+11(20%) 72>64 Fallo.
Aunque no logras esquivar el golpe, Viento de Soledad reducirá en un 40% el daño causado por los ataques y le restará a V una acción. 44-40% = 44-18= 26 Puntos + 22-9= 13 de cortes.
T pierde 15 Puntos por el golpe +2 por los cortes (el resto lo protegió la armadura y su constitución, que son 11 puntos). Ante el segundo golpe, T recibe los 60 puntos y ve destrozada la armadura que le protege, así como la rotura de su rodilla izquierda.

[b]Jugador V[/b]

T, a pesar de su poder, no logró esquivar el golpe, gracias en parte a la superior velocidad de V, pero su Viento de Soledad y la armadura de entrenamiento evitaron que el golpe fuera mayor, aunque lo sintió.
Mientras los pequeños cortes superficiales que el ataque de V le había causado comenzaban a sangrar, su rival no se detuvo ahí. A la velocidad del rayo, le lanzó una poderosa patada que atravesó por completo sus defensas, destrozándole con la fuerza de su cosmos la débil armadura de entrenamiento y rompiéndole la rodilla, el lugar final del impacto del golpe, mientras le lanzaba inconsciente y herido a varios metros de distancia, sacándole del torbellino en el que el propio T les había envuelto.

Poco a poco, el viento se fue deteniendo y las nubes de polvo asentándose, permitiendo que los murmullos de sorpresa del público y los cuchicheos que se preguntaban quién era el derrotado se convirtieran en exclamaciones de asombro, vítores de alegría y gritos de frustración provenientes de los diferentes espectadores que habían estado viendo el combate.

[b]Jugador T[/b]

Dolorido, apenas consciente por el cosmos que posee, T mira a su alrededor desde el suelo, apretando los dientes.

- Mmmmm…..mmmm –murmura desde el suelo, con el cuerpo dolorido y sin apenas fuerzas para abrir los ojos.

“¿Dónde se metió? –pensaba-. ¡No tendría que haber podido darme!”

[b]Jugador V[/b]

Tras el murmullo del coliseo y renqueante tras el esfuerzo, y los lances del combate, se acerco hacia donde se encontraba su rival...

- Ha sido un buen combate, podía haber ganado cualquiera...pero esta vez me toco a mi.

Se agachó y se echó al hombro a su adversario, ayudándolo a caminar hasta donde los esperaban sus amigos, para llevarlos a la sala de curación.

Tras un momento de respiro, se acerco a su maestro...

- Lo conseguí, maestro. Gracias a tu ayuda he conseguido la armadura sagrada.

- Gracias a mi no, gracias a tu determinación y tu cosmos. Ahora ya eres un caballero de Atenea y como tal, tu misión a partir de ahora es protegerla a toda costa, incluso con tu vida.

- Así lo haré, maestro.

Tras la charla con su maestro, se dirigió hacia el lugar en el que se encontraba el Patriarca...

[b]Narrador[/b]

Aquellos compañeros de entreno y el maestro de T se detuvieron frente a V, que le ayudaba a caminar. La mirada del maestro de su rival era dura y fría cuando se cruzó con la suya, dolido en su fuero interior porque otro candidato y no el suyo se había alzado con la preciada armadura. Sin embargo, a V le pareció que el tono de la misma cambiaba durante un instante y mostraba una calidez y preocupación que creía imposible en él. Dos compañeros de entrenamiento de T tomaron el relevo de V y ayudaron al dolorido rival a caminar mientras T intentaba no apoyar la pierna con la rodilla hinchada.

- Buen combate -escuchó por encima del clamor popular V.

Sonrió, nervioso, y se dirigió hacia su maestro. Éste le felicitó, sus compañeros le palmearon la espalda, le revolvieron el pelo y le empujaron hacia la escalinata que llevaba a lo alto del coliseo, donde el Patriarca le esperaba, teniendo los brazos levantados en un claro gesto que le invitaba a unirse a él cuanto antes.
Subió los escalones como extasiado, todavía sin ser consciente de lo que implicaba aquella pequeña victoria, aquel premio. Junto al Patriarca, cubierto por una máscara oscura coronada por un ave dorada, algo [i]muy oportuno[/i], pensó V, se encontraba la caja de metal que guardaba su tesoro. Un ave con las plumas largas le miraba fijamente con el único ojo representado en el relieve. Las plumas de la cola se enrollaban debajo de sus patas, agarradas a uno de los motivos decorativos de la caja. Aunque estaba seguro de que era imposible, casi juraría haber visto un reflejo de muchos colores cubrir las plumas del ave del paraíso y a esta moverse durante un segundo, abriendo el pico, como reconociéndole. La joven Atenea, con su melena castaña recogida en una trenza, le miraba con bondad y alegría, pero también con una fuerza y un amor que provenían de lo más profundo de su ser, una calidez que le envolvió y que a punto estuvo de arrancarle lágrimas de los ojos. Tragó con dificultad y, por instinto, se arrodilló ante ella.

El Patriarca emitió un pequeño sonido dentro de su máscara que solo podía interpretarse como satisfacción y apoyó su mano en el hombro de V.

- Joven caballero -dijo en voz lo suficientemente alta como para que todos allí le escuchasen- has completado tu entrenamiento con esfuerzo y dedicación. Has demostrado el valor necesario, la confianza en tí mismo y el poder que se esconde en tu interior y ahora, al conseguir ser nombrado caballero, te has convertido en la luz que guiará al bien en este mundo, que ayudará al débil, que vencerá a la oscuridad y que, por encima de todo, protegerá a Atenea y a todo lo que ella representa en esta tierra: la paz y al amor en el mundo-. Se volvió hacia tí, dándole la espalda al coliseo-. Éste es tu destino. Levántate. A partir de ahora serás conocido como V, caballero de bronce del Ave del Paraíso.

El anfiteatro estalló en gritos de euforia al realizar el anuncio el patriarca. Una nueva constelación se iluminaba en el cielo y en la tierra, engrosando las filas del ejército de Atenea ante cualquier peligro que se avecine en el futuro.
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Cuelgo la otra prueba. He visto que desde la anterior, al menos han habido unas 35 visitas más al tema. Animaos, compañeros, que puede ser algo muy entretenido para el foro y para todos los que juguemos si se lleva a cabo. Hacedme una señal y seguiré colgando el resto de la historia de estos dos candidatos que, de nuevo, van a combatir por la armadura del Ave del Paraíso B) .

[b]Prueba B[/b]

[b][i]Presentación e Historia del candidato A: Tares.[/i][/b]

El día estaba cerca. Su maestro se lo recordaba a cada hora, a cada momento, mientras intensificaba más y más el entrenamiento. Muy atrás quedaba ya ese día, tres años atrás, en el que un desconocido comenzó a hablarle mientras él descansaba en lo alto de un manzano tras haberse comido unas cuantas frutas rojas. Le dijo que comprendía su tristeza y su soledad, que le hablaban sin que el tuviera que abrir la boca, que tenía fuerza pero no tenía un objetivo y que si quería, él le daría el mejor y más alto objetivo al que un hombre podría aspirar.
Recordaba ahora, con una sonrisa, como le había lanzado un par de manzanas y algunos improperios a su maestro, creyendo que se estaba riendo de él. Con doce años ya no era ningún niño y lo que le contaba ese hombre eran, sin duda alguna, historias de las que narraban los bardos que visitaban las posadas y mendigaban comida y techo por cantar cuatro cuentos. El hombre esquivó las manzanas sin moverse del lugar y chasqueó los dedos un instante y la rama en la que se encontraba se rompió, tirándole al suelo. Aún dolorido como estaba por la caída, no podía dejar de mirar con los ojos abiertos como platos a ese hombre. De repente, sus historias ya no se parecían en nada a las que contaban los clérigos en las iglesias: eran reales. Atontado, accedió a acompañarle, seguro de que si podía aprender a ser tan fuerte, nada en el mundo se le resistiría.

Cada vez que se acordaba de aquello, una pequeña sonrisa asomaba a su rostro. Si en aquel momento, ese jovenzuelo descalzo hubiera sabido que el entrenamiento sería la mitad de duro de lo que había sido, habría salido corriendo en dirección contraria a aquel extraño hombre que llevaba una enorme caja plateada a su espalda. Siempre le despertaba al amanecer y le hacía entrenar hasta que las estrellas brillaban en el firmamento, casi sin descanso. Le obligó a romper piedras, [i]¡piedras![/i], con sus propias manos y las heridas se convirtieron en algo tan natural en él que ya no recordaba el último día que se había levantado sin moretones. Entrenaba combatiendo contra él o contra otros muchachos de su edad, perfeccionando movimientos y recibiendo duras palizas de aquellos mejor entrenados. Pero no todo era tan malo. Su maestro le enseño la inmensidad del universo, a sentirlo y a desentrañarlo en el cosmos único e individual que cada uno tenía en su interior, así como las muchas constelaciones que estaban en el cielo y que representaban a todos los guardianes de este mundo, dirigidos por la bondad de Atenea. Ni reyes, ni sacerdotes, ni cruzadas lejanas. Esos combates eran simples nimiedades, a pesar de las vidas que segaban cada día, en comparación con la importancia de la tarea que ellos tenían encomendada: salvaguardar al mundo de los enemigos de la diosa de la guerra y la sabiduría, Atenea, y evitar así que todos perecieran. También le enseñó a leer, algo que consideraba inútil, pero que poco a poco, cuando supo aclararse con las letras, le permitió aprender un poco más por su cuenta, leyendo a la luz de una vela junto a su camastro aquellos días en los que el entrenamiento no le arrebataba sus fuerzas.

Recordaba haber tenido un sueño una noche al poco de llegar, donde le envolvía un fuerte viento que le impedía moverse y le arrastraba hacia un precipicio. Cuando creía que caería sin remedio, comenzó a vislumbrar plumas rojizas y amarillas, que giraban movidas por el viento y que, poco a poco, salían del torbellino para dirigirse hacia él. Y entonces, por instinto, supo qué debía hacer. Elevó los brazos y se lanzó contra el viento. Las plumas le recubrían y él ascendió, dejando atrás el aire embravecido para situarse encima de él y mirarlo, junto a un ave rojiza y blanca que jamás había visto y que le graznaba, desde la profundidad del cielo, mientras sobrevolaban una tierra verde y fértil.
Al día siguiente, se lo contó a su maestro y éste sonrió. Le enseñó un dibujo en un libro y era el mismo pájaro. Ante su asombro, le explicó que era un pájaro llamado Ave del Paraíso, que vivía en tierras tan lejanas que era imposible ver alguno en el continente y que ese sueño significaba una cosa: había sido atraído a una constelación guardiana y entrenaría para convertirse en el caballero del Ave del Paraíso.

Cuantos recuerdos se acumulaban tras esos tres años. Ahora, a un paso de su madurez, seguía entrenando y perfeccionando los movimientos que su maestro le había enseñado a lo largo del tiempo para ser digno de convertirse en caballero de Atenea y portar, junto a otros, una armadura de bronce. Los días que quedaban pasarían como un suspiro. Su momento se acercaba. No quería dejarlo pasar.
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[b]Maestro del Candidato A: Tares.[/b]

Mi maestro es Renard del Triángulo. Es un caballero medianamente adulto, que está cerca de la treintena. Ha entrenado a otros discípulos para otros cometidos, como Kereso, Thomas y Ania, que compiten por conseguir una de las armaduras de Argo Navis.

No tengo mala relación con los otros candidatos, porque mi grupo es suficientemente amplio como para pasar mucho tiempo con ellos, mi maestro nos ha enseñado a respetar a todos y no parece tener mala relación con nadie. Yo no sé quien será mi rival. Renard solo le comunicó nuestro objetivo al Patriarca y solo entre nosotros lo sabemos. No hemos querido comentárselo a nadie para no levantar envidias, ni enfrentamientos fuera de tono, que bastantes tenemos ya con las noticias de las diferentes guerras que nos llegan de Europa y de Tierra Santa.
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[b]Candidato B: Dion[/b]

Esa noche, el cielo de Creta se encontraba estrellado…

- ¿Qué estas mirando? – me dijo mi maestro.
- Pues estoy mirando la constelación del ave del paraíso. Intento ver si me dice algo sobre el combate que tendré en el santuario.
- Está bien que intentes leer en las estrellas, pero no confíes solo en ellas, tienes que confiar en ti y en tu cosmos. Esos dos pilares son los que te llevaran a la victoria. ¿Ya no recuerdas lo que te dije hace cinco años?
- Claro que lo recuerdo maestro, como lo iba a olvidar….

Un día como hoy, cinco años atrás, me encontraba en el cementerio de mi pueblo llorando la reciente muerte de mis padres.
De repente, alguien me toco el hombro. Era un hombre alto y fuerte, con un aspecto un tanto tosco, pero del que manaba un aura de bondad muy grande.

- Chico, siento mucho tu perdida.
- Muchas gracias, señor – me eche a llorar- no pude evitarlo, aquellos bandidos escaparon, después de asesinar a mis padres, y no pude hacer nada por evitarlo.
- No te culpes chico, estas cosas pasan a menudo, sobre todo en este tiempo que nos ha tocado vivir.

Aquel señor estuvo un rato junto a mí, frente a la tumba de mis padres, hasta que se rompió nuevamente el silencio del camposanto.

- Es difícil no poder proteger a quien se quiere, yo también pase por ese trago. Pero tienes que confiar en ti y en tus capacidades, por encima de cualquier cosa. Si quieres, puedo ayudarte a convertirte en un hombre fuerte, para que puedas proteger a los que amas.
- ¿Cómo lo hará señor?
- Ven conmigo y lo veras.

Después de aquel día, mi vida cambio radicalmente.
Al principio, fueron días muy duros. Corría varios kilómetros al día, entrenaba golpes contra un árbol y contra paredes. Jamás había tenido tantas heridas en mi vida, ni había tenido tanto dolor, pero mi maestro sabia como aliviar esos pesares con sus amables palabras.

No solo era entrenamiento físico, puesto que me buscaba contrincantes con los que pelear a medida que avanzaba de nivel, sino que también entrenaba la mente.
Me pasaba horas meditando y concentrando mi cosmos, para poder manejarlo a mi antojo. Era un trabajo difícil pero reconfortante cuando veía los avances que hacía.
Cuando se hacía de noche, mi maestro y yo, nos sentábamos a la intemperie para contemplar las estrellas. En esos maravillosos ratos, me hablaba sobre el santuario y sobre la diosa Atenea.

Me hablaba de su bondad y su calidez. Decía que ella está en la tierra para proteger a toda la humanidad, y que para que ella pudiera hacer eso necesitaba la ayuda de sus caballeros para que la protegieran.
Poco a poco, esas palabras calaron hondo en mi corazón, haciéndome sentir una gran necesidad de proteger a aquella deidad que estaba en la tierra.

Después de esos cinco años tan duros y tan intenso, me hallo aquí ante mi gran reto, “el ser un caballero de Atenea”.

- ¿Estás preparado para mañana?
- Si, maestro. Estoy ansioso por comenzar el combate
- Convierte en un caballero de Atenea y protégela!!!
Mire de nuevo a la constelación del ave del paraíso, y me di cuenta que brillabas mas que antes y en ese preciso instante paso una estrella fugaz que la atravesó.

- Esa es la señal, se que ganare la armadura.
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[b]Maestro del Candidato B: Dion[/b]

Mi maestro se llama Illias.

No se bajo que constelación lucha, ya que no me habla de ella, pero he oído rumores de que fue un antiguo caballero de oro.

No se si mi maestro ha entrenado a mas caballeros, pero el dice que no y que me entrena porque descubrió una fuerza en mi que nunca antes había visto.

Entrene todos estos años solo con el, a excepción de los días que me traía algún contrincante para luchar con el. Asi que no tengo mucha relación con los caballeros que en el santuario habitan.

Solo espero que mi contrincante sea un digno rival y poder ganarle para así llevarme la armadura.
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[b]Dion:[/b]

Me encuentro en el centro del coliseo, en pleno seno del santuario.

Desde lo alto, nos mira impasible el gran Patriarca, esperando a que comience el combate.

La gente vitorea y grita, para animar el combate a la espera de que comencemos. Miro hacia la parte de la grada en donde se ubica mi maestro.
Lo miro y veo como asiente firmemente. Miro al cielo, a ese precioso atardecer, y seguidamente a mi rival.

[i]"Esa armadura tiene que ser mía, no puedo haber sufrido durante tanto tiempo para nada"[/i]

Me concentro, y concentro mi fuerza.

[i]"Llegó el momento"[/i]

Salgo disparado hacia mi rival, con una velocidad endiablada. Cuando me encuentro a su altura, le lanzo tres puñetazos muy velozmente, y acto seguido lo golpeo con una fuerte patada.

[i]"Vamos a tantearlo a ver de lo que es capaz"[/i]

Tras el fugaz ataque, se hace el silencio en el coliseo...
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[b]Tares:[/b]

En píe, al atardecer, en el centro del coliseo y rodeado por casi todos los habitantes del santuario, Tares se secaba las manos sudorosas en los pantalones de algodón que llevaba. No hacía excesivo calor, pero los nervios le atenazaban el estómago. Tenía enfrente a un joven al que había visto de pasada alguna vez en el Santuario y que sabía tenía un par de años más que él, pero poco más, y ahora se enfrentaba en combate por conseguir una armadura de bronce.
El hecho de que Renard y sus amigos le mirasen desde las gradas, junto a toda esa gente y el Patriarca, imponente en lo alto, no le ayudaba tampoco. La posibilidad del fracaso ante los pocos seres queridos que allí tenía le pesaba más que todo el entrenamiento vivido hasta ese día.

Escuchó al Patriarca gritar, tragó saliva y adoptó la posición de combate tantos años practicada. Su rival parece ensimismado, mirando al cielo, como si no mereciese su atención. Y, de repente, estaba lanzándose hacia él con tal rapidez que apenas sí pudo esquivar el puño que vio dirigiéndose hacia él. Dos golpes más en apenas un segundo le obligaron a cruzar los brazos en el pecho para frenar los puñetazos que le lanzaba, haciéndole retroceder mientras sus antebrazos paraban esas fuertes acometidas. Ante esa sorpresa, no puedo estar preparado para la patada que le lanzó hacia el costado derecho. El golpe le acertó de lleno, dejándole sin aire durante unos instantes y lanzándole varios metros por tierra.

Resollando, se levantó, apoyando su mano sobre el lugar que había recibido el golpe. Con su otra mano se limpió la tierra de la barbilla y endureció su expresión. Le había sorprendido una vez y no debía consentir que eso volviese a pasar. Volvió a adoptar la posición de combate, relajó su respiración y cerró los ojos. Si se concentraba, podía escuchar el leve susurro del aire al rozarle las mejillas. Suficiente. Abrió los ojos y liberó la energía concentrada como había hecho tantas veces en el pasado.

- ¡Viento Solitario! -gritó y un torbellino se formó en torno a él, levantando la tierra de la arena a su alrededor y ocultándole parcialmente a todos los allí presentes-. ¡Prepárate, me toca!

Con ese grito se lanzó a por su rival, envuelto en la ventisca que desviaría golpes, le ocultaría a su rival y le haría a él más rápido mientras pudiera mantenerla. En cuanto estuvo encima de Dion, le lanzó una batería de golpes hacia el pecho para terminar con un fuerte gancho de su mano derecha, aprovechando el impulso que el viento solitario le proporcionaba.
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Buenas. Claro que no es tarde!! Bienvenida, jeje. Lo cierto es que estamos colgando esto para que la gente se haga una idea de cómo puede ser (al menos el principio) y os animéis y vayáis apuntando.

Así que el plazo está más que abierto. Estamos recogiendo "jugadores" antes de abrirlo para que no solo hayan dos o tres personas jugando. Gracias por mostrar interés :rolleyes:
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[b]Dion:[/b]

Dion, tras lanzar su feroz ataque observaba como su rival se levantaba lentamente del suelo apoyando su mano en lugar donde le impacto la patada que lo tiro al suelo.

Observaba a su contrincante como se colocaba en posición de combate, pero se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados.

[i]¿Cómo me va a atacar?[/i] - se preguntaba Dion, mientras observaba a su rival.

De repente, Tares abrió los ojos y liberando una cantidad enorme de cosmos, hizo aparecer un enorme torbellino en el centro del coliseo.

El coliseo entero grito de sorpresa y acto seguido empezó a vibrar todo el mundo al unísono.

El torbellino avanzaba rápido hacia Dion, el cual espero quieto a su rival, mientras pensaba en como parar aquel ataque.

[i]Ese torbellino viene a gran velocidad, y mi rival se encuentro en algún lugar dentro de él[/i]- se decía Dion a sí mismo-. [i]Pues bien, tendré que protegerme con mi escudo de rubí[/i]- pensó.

Justo antes de que lo engullera el torbellino, se pudo oír a Dion usando su técnica defensiva Escudo de Rubí. Acto seguido, el torbellino lo engullo.

La gente en las gradas del coliseo se mantenía en silencio al no poder ver qué estaba pasando en el interior de aquella gran masa de aire en movimiento. Solo se oía el rugir del aire al girar tan ferozmente.

Dentro del torbellino, Dion apenas podía ver nada.

Sin esperárselo, vio como su rival le lanzo una serie de golpes, los cuales a duras penas pudo parar con su escudo de rubí, ya que la fuerza del viento y la fuerza de los golpes eran unos factores difíciles de controlar.

La defensa de Dion aguanto hasta el último golpe, pero debido a la ferocidad de ellos, en el último golpe estallo en mil fragmentos, dejándole indefenso.

Dion creía que no habría mas ataques, pero se equivocaba, ya que desde abajo le alcanzo un feroz gancho que Tares lanzo al aprovechar la apertura su defensa. Tal fue la fuerza del impacto, que lo saco fuera del torbellino, arrastrándolo por todo el suelo del coliseo.

La gente grito de sorpresa cuando vio que salía un caballero despedido del torbellino. Muchos de ellos gritaron y otros mascullaron al ver que era su preferido el que mordía el polvo.

El torbellino se desvaneció y en apareció Tares, con halo vencedor.

Dion, que se encontraba en el suelo, se levanto. Escupió sangre y se limpio el hilo de ella que le corría por la cara.

- He cometido un error de novato, no volverá a pasar - dijo.

Se levantó del suelo y empezó a reunir cosmos. Un aura carmesí lo envolvió. El suelo empezó a agrietarse bajo sus pies.

Cuando reunió el cosmos suficiente, dio un grito que estremeció a mas de uno de los espectadores que se encontraban allí.

- ¡¡¡LÁGRIMAS DE RUBÍ!!! - dijo, a la vez que lanzaba su ataque.

Una lluvia de miles de Rubíes le cayeron a Tares, que no se esperaba aquel ataque...
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[b]Tares:[/b]

Tares no había contado con que su contrincante utilizase técnica alguna de defensa y, aunque consiguió fragmentar el extraño escudo de rubí con el que se protegía Dion y propinarle un fuerte gancho que le mandó varios metros atrás, sentía los nudillos doloridos.
Cuando su rival salió despedido, dejó de concentrar su cosmos y el viento a su alrededor se desvaneció con la misma rapidez con la que había empezado. Escuchaba los murmullos provenientes de las gradas, pero no lograba descifrar ninguna de las conversaciones.

Mientras miraba levantarse a Dion, flexionaba los dedos una y otra vez, puesto que los sentía extrañamente entumecidos después de golpear casi desnudos el escudo de Dion. El pequeño peto protector, las protecciones de antebrazos y piernas, le apretaban, pegadas casi a la piel debido al sudor que empapaba su ropa. Recuperó su postura de combate y volvió a concentrarse, debatiéndose en si atacar más salvajemente o esperar a su rival. Una leve vibración en el suelo perturbó su concentración. Al fijarse en Dion, vio como el suelo parecía temblar a sus pies mientras un aura rojiza le rodeaba. Tares relajó la respiración. Estaba claro, sentía que debía adoptar de nuevo su defensa ante lo que pudiera estar preparando el contrario, pero antes de decidirse a llevarlo a cabo, el grito de Dion anunció su ataque.

Cientos de pequeñas esquirlas de rubí aparecieron de la nada, saliendo disparadas hacia él y envolviéndole. Se cubrió el rostro con los brazos, pero sentía como el golpe hacía que las afiladas aristas de las gemas rasgaran su piel y la atravesaran en los puntos más vulnerables. La sentía en las extremidades, notaba los cortes en las mejillas y las sentía punzándole el pecho y el abdomen.
- ¡Viento de Soledad! -logró articular apretando los dientes.

En ese instante, su cosmos se arremolinó en torno a él desviando las pequeñas cuchillas hechas de rubí de su alrededor. O eso pensó, ya que en ese preciso momento, el puño de Dion, cuyo ataque habían estado precediendo las esquirlas, impactó en su abdomen y le lanzó contra la pared del coliseo en el que estaban. El pequeño remolino se desvaneció incluso antes de haberse formado. La sangre manaba, vistosa, por cada una de las muchas heridas que laceraban su cuerpo y cuando se apartó de la pared, notaba el sabor de la misma entre los dientes, resbalándole por la barbilla. Jadeaba, al separarse de la pared, sus piernas casi le fallaron y dio un par de pasos tambaleantes, pero abrió las piernas y se asentó sobre la tierra del terreno.

- Bien hecho, pero todavía no he dicho mi última palabra-. Apretó los puños y concentró su cosmos hasta que sintió como manaba la energía de cada fibra de su ser, incluso de la sangre que escapaba por las heridas. La canalizó hacia su puño y con toda la fuerza que tenía, se abalanzó sobre Dion gritando -¡Furia tormentosa!

Si todo salía bien, la lluvia de golpes que le asestaría a su rival debería de ser lo suficientemente fuerte como para que los vientos de la furia le arrancasen hacia el cielo, lanzándole varios metros en una vertiginosa espiral que provocaría una temible caída.
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[b]Dion:[/b]

Dion, tras lanzar el terrible ataque sobre Tares, se quedo observando a su rival e intentando averiguar que iba a hacer.
Al verlo en el estado en que se encontraba, dudaba de si podría volver a lanzar un ataque tan potente como el anterior, pero ya había aprendido la lección y no bajo la guardia.

Observaba como la sangre corría por su rival y caía al suelo del coliseo. Había un silencio tenso en el recinto sagrado. Nadie parpadeaba.

Tares dio dos pasos tambaleándose, como si le faltaran las fuerzas y no pudiera ni caminar. De pronto, acumulo un gran cosmos y gritando una nueva técnica, lanzo un brutal ataque sobre Dion.

Este último se vio sobrepasado por tal técnica, fue prácticamente imposible de parar aquella lluvia de golpes.
Dion intentaba parar los que podía, pero los golpes eran demasiado rápidos y certeros. Los golpes iban en aumento así como su potencia. Dion empezó a perder parte de su armadura, la cual quedaba reducida a añicos por tan brutales golpes.

Tal fue la potencia, que consiguió lanzar al caballero hacia los cielos.

El silencio se adueño del coliseo, y todo el mundo miraba hacia arriba para tratar de ver que le deparaba la suerte a Dion.

[i]No puede ser, no puedo perder[/i] - se decía Dion mientras se precipitaba hacia el suelo del coliseo.

Entonces empezaron a venirle imágenes a la cabeza, imágenes de su familia, imágenes de su maestro y de su entrenamiento, y de todos los maravillosos momentos que había tenido hasta ahora.

[i]No puedo perder. No hasta lograr mi meta[/i] - seguía diciendo para si mismo.

Cuando el impacto era ya inevitable, Dion, consiguió reunir algo de cosmos y utilizando una variante del escudo de rubí, consiguió crear un escudo justo en la zona en la iba a impactar contra el suelo, en su hombro izquierdo.

El golpe fue brutal, hubo espectadores que volvieron la vista, por no ver el estado en el que se encontraría Dion. Tal fue la potencia, que creo un pequeño cráter en el suelo y levanto una gran polvareda.

Tras unos segundos de incertidumbre y una vez que se desvaneció la nube de polvo, el publico hizo una exclamación casi al unísono al ver que el caballero todavía se mantenía en pie.

El escudo que saco en el último instante logro frenar algo el golpe pero no lo suficiente. Dion se encontraba destrozado, tenia la clavícula y el brazo izquierdo roto. Sangraba por todos lados y apenas se sostenía en pie.
Su armadura, prácticamente se había evaporado.

Tares observaba la estampa esperando a que Dion cayera al terreno y así proclamarse campeón.

Dion se tambaleaba a la vez que se sujetaba el brazo izquierdo con el derecho.

Entonces miro fijamente a su maestro, el cual lo observaba con atención. Dion le sonrió y le hizo una especie de gesto moviendo su cabeza.

De pronto, una lagrima corrió por la mejilla de Illias, que mirando a su discípulo asintió.


Dion giro la cabeza para mirar a su contrincante, el cual esperaba una reacción por su parte.

De repente le grito - Tares, no tengo nada contra ti, pero debo ganar este combate aunque me valla la vida en ello.

Entonces empezó a incrementar su cosmos, elevándolo enormemente hasta el límite de hacerlo explotar. Aquel poder podía matarlo a él mismo.


Sin nadie esperarlo, Dion grito el nombre de su técnica definitiva, la cual sabia perfectamente que podría matarlo, pero que aun así decidió lanzadla.


EL ÚLTIMO RUBI!!!!

Una enorme bola de energía color carmesí se dirigía hacia Tares, el cual no se esperaba aquel ataque, ya que su rival estaba mas muerto que vivo.

La bola se acercaba a Tares con una enorme velocidad y dejando tras de si una estela rojiza y el suelo partido en dos.

Dion, tras lanzar ese tremendo golpe, se precipito hacia el suelo....
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