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peski2

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Actividad de reputación

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    peski2 reaccionó a Urgit en Posada 'Los Santos Griegos'   
    Phoros escuchaba con atención lo que le relataba Alexander mientras caminaban. Doblaron la esquina intentando evitar la plaza central, que estaría bastante concurrida a esa hora. Peski, como decía que le habían llamado, comentaba que su callado hermano se había sumido en ese estado contemplativo tras los sucesos que acabaran con el resto de su familia.
    - Un gran amigo que tuve me dijo que no hacía falta hablar para ser escuchado. Por lo que me cuentas, es lo que te sucede con tu hermano. ¿Que qué vamos a encontrar en la Acrópolis? Sencillo. La montaña, el lugar más alto de la zona. Y tenemos que subir bastante, así que por algún sitio hay que empezar, ¿no?

    El hombre rubio, vestido con su manto con capucha, siguió caminando despacio, como si esperase que algo sucediera. Y sucedió. La pelirroja que estaba sentada en la posada con los otros muchachos llegó corriendo hasta ellos y se plantó frente a Phoros, con actitud decidida. Se acercó y le habló. Phoros, que le sacaba una cabeza a la joven, se inclinó levemente. La chica hablaba despacio y vocalizaba mucho. Si no fuese porque ya la había escuchado conversar con los otros en la taberna, el franco habría pensado que no dominaba el idioma.
    La Virgen rodeada de santos vestidos con armaduras de oro. Phoros sonrió. Para él, esa sonrisa significaba que pretendía expresar comprensión, pero Punjad se lo había dicho muchas veces. [i]Tus ojos me entienden, tu boca se ríe de mí. Corrígelo.[/i] Habían pasado los años y Phoros seguía sin controlar aquella característica de su sonrisa.

    - Claro que sí, pequeña. Hoy en día, muchos son los que ven a la Virgen y adornan a sus santos con vestimentas y aureolas de pan de oro. San Pablo, San Pedro, los evangelistas, todos ellos visten hilo de oro y puedes encontrarlos representados en los templos de aquí mismo, donde los sacerdotes dan sus homilías. Pero, ¿armaduras? ¿Acaso son nuevas pinturas para envalentonar a los europeos en una nueva Cruzada, mostrando a sus santos armados para el combate? ¿Cómo allá, en Castilla, donde gritan lo de [i]‘Santiago Matamoros’[/i] al enfrentarse a los musulmanes?

    Las palabras de Phoros no dejaban entrever nada. Su tono, neutro, estudiado y tranquilo, no transmitía credulidad, ni burla. Era una retórica aprendida que repetía sin mucho esfuerzo.
    - Niña, creo que no es buena idea que estés aquí sola sin tu tutor, hablándole a desconocidos sobre armaduras de oro. Hay peores personas que yo en la Tierra y podrían hacerte daño. Deberías marcharte… si no puedes mostrarme nada más, ha sido un placer conocer a una rosa con tantas espinas.

    Sonrió y se dio la vuelta, dejando a Maia en aquel lugar. Les hizo una seña a los hermanos para que le siguieran y continuaron por el callejón.

    - Si tienes algo que mostrarme, puede que me encuentres pronto en lo alto –gritó Phoros, sin darse la vuelta y señalando con la mano derecha, sin extenderla demasiado, hacia la pequeña montaña donde se situaba la aún más pequeña Acrópolis del pueblo.

    Tras unos pasos, los tres europeos se perdieron al doblar otra esquina.

    En la posada, mientras tanto, Demetrios esperaba en la puerta, cruzado de brazos, a que volviera su sobrina. La muchacha era la más impulsiva del grupo, la más terca y problemática, pero también era la única chica y, además, de su familia. No podía cuanto menos que preocuparse. Los otros estaban sentados en la mesa, en silencio esperando su regreso, tras haber hecho callar a Gabriel, que intentaba distraerle de a donde había ido realmente Maia.
  2. Me Gusta
    peski2 reaccionó a Eikinskjaldi en Posada 'Los Santos Griegos'   
    Comemos sin modales, partiendo el pan con las manos, mojándolo en aceite, empujándonos los unos a los otros.
    Para que Rigel deje de mirarme de reojo las tetas, eructo de la forma más viril posible, después de beber un sorbo de cerveza. Decebal lo toma como un desafío, y también eructa, tan fuerte que la mesa vibra.
    Demetrios nos pide que nos moderemos, pero estamos cansados por el viaje, y ansiosos por descubrir lo que nos espera. Sabemos que lucharemos, que pasaremos hambre y frío, que podremos morir, pero todo eso no son más que palabras, y no sabemos lo que significan: nos sentimos jóvenes e inmortales.
    Decebal, con la boca llena, se queja:
    - En Valaquia comía carne todos los días. De lobo o de oso. Yo los cazaba con mis manos.
    Rigel le tira un trozo de berenjena a la cara.
    - ¡La carne que tú comías era la de la entrepierna de los hombres, marica!
    Nos reímos y Decebal se enfada. Contesta a Rigel con un pedo apestoso, que nos obliga a taparnos la nariz. Rigel acepta el duelo, y suelta un pedo sonoro como un trueno. Todos reímos. Es mi turno. Ladeo mis nalgas, levantándolas un poco del taburete, y lanzo mi ataque, casi tan sonoro como el de Rigel. Decebal, orgulloso de mí, me da unas palmadas en la espalda, y me siento uno más. Saif, sin decir nada, se levanta y nos señala con el dedo, y se marca una traca que nos fulmina. El pedo más sonoro le toca a Gabriel. El pobre pintor, rojo de vergüenza, se suelta una llufa ridícula que suena a vuelo de mosquito. Lo hace mientras bebo cerveza, y me da tanta risa que se me sale por la nariz. Todos nos meamos de la risa, mientras Demetrios esconde la cara entre las manos y murmura:
    - Os ato una piedra al cuello y os tiro al mar, no lo dudéis...
    Nos reímos por fuera, pero por dentro todo es miedo y melancolía.
    Tal vez esta sea la última vez que podemos hacer el loco de esta manera.
    Así que lo aprovechamos.
  3. Me Gusta
    peski2 reaccionó a Vicio en Historia y Ficha: Maia   
    Historia

    En Adrianópolis, cuando vivíamos con nuestra madre, comíamos ratas si había suerte, y no puedo negar que por aquel entonces me resultaban deliciosas. Las patas y la cabeza le tocaban a mi hermano pequeño, y yo me comía el lomo y las vísceras, la carne blanda, más sabrosa y abundante. Mi hermanito era el mejor cazador de la ciudad, y los otros niños nos miraban con envidia cuando comíamos rata.
    Mi hermanito no tenía nombre. A madre ya se le habían muerto dos niños por la viruela, y no quería cogerle cariño a otro crío hasta que hubiera sobrevivido a la enfermedad. Le llamaba “tú”, y ni siquiera estaba bautizado. A nadie le importaba demasiado. Cuando Boril vino a vivir con nosotros también le llamaba “tú”. Lo malo es que para él yo era “tú”, e incluso mi madre era “tú”. En la mente de Boril la vida era sencilla: existía él mismo y los demás, y sólo él tenía algo de importancia.
    Cuando madre murió de fiebres y cagalera Boril se quedó con nuestra casucha. Estaba construida contra los muros de la ciudad, con cañas, barro y bosta de vaca. A veces, cuando los griegos de Nicea, los de Epiro, los latinos de Constantinopla o los búlgaros atacaban Adrianópolis, los soldados venían y destrozaban todas las casuchas que se hacinaban, como la nuestra, junto a la muralla. “Es lo primero que arderá, si nos atacan con fuego”, decían. Y cuando el asedio y la rapiña terminaban, los pedigüeños, las putas desdentadas, los mutilados y los deshechos de la ciudad reconstruíamos, resignados, nuestras casas.
    Boril había llegado a la ciudad con los búlgaros del Zar Iván Asen. Cazaba animales y los desollaba para vender las pieles y, cuando podía, luchaba en alguna batalla para aprovecharse de la rapiña fácil y del botín. Madre le ofrecía sus muslos a cambio de un poco de carne y él aprovechaba para emborracharse y dormir bajo techo. Fui una vez a cazar con él y pasamos un par de semanas fuera de la ciudad, buscando liebres y zorros. En los siguientes viajes siempre se llevaba a mi hermanito, aunque él tenía cinco años y yo ocho. Decía:
    - El pequeñajo es bueno: tiene vista de águila y es silencioso como un jodido gato. Será un buen cazador.
    Y yo rabiaba porque Boril consideraba que mi hermano valía más que yo.
    Al verano siguiente de la muerte de madre Boril decidió marcharse.
    - Me voy a la frontera con los de Nicea. Allí de seguro que un hombre como yo encuentra cómo ganarse la vida.
    Mi hermanito y yo no queríamos quedarnos solos en la ciudad, así que decidimos seguir a Boril. Lo hacíamos a distancia, para no incomodarle, y sabíamos estar cerca de él cuando nos necesitaba y lejos cuando no quería vernos. A veces nos llamaba “eh, tú” y entonces yo iba corriendo y él decía “tú no, joder, el otro tú”, y nos mandaba a hacer algún recado, a que le compráramos vino, a que robáramos a algún incauto o a conseguirle alguna puta más o menos sana.
    Pasamos un tiempo con Boril en Constantinopla y a veces veíamos a los caballeros francos pavoneándose con sus mallas de acero y sus blasones bordados. Al principio nos gustaba verlos, por el brillo del metal, las telas coloreadas y los briosos caballos, pero pronto nos desagradó su actitud. Habían ido llegando como cruzados enviados para ayudarnos contra los turcos, y ahora se hacían llamar emperadores de Romania. Yo entonces no lo sabía, pero su poder no valía nada. Los antiguos nobles romanos se peleaban contra ellos por los despojos de un imperio hundido desde hacía siglos, que no era más que ruinas adornadas con finos mantos y joyas: el déspota de Epiro, el Emperador de Nicea y el de Trebisonda, rodeados por los turcos, los venecianos, los genoveses y los búlgaros, contra el emperador de Romania, el duque de Atenas y el Príncipe de Acaia. El reino de Tesalónica ya había caído, primero en manos de Epiro y después en las del Zar búlgaro. Pronto caería Constantinopla también.
    Mi hermano y yo habíamos oído decir que los caballeros protegían a los débiles y a los necesitados como buenos cristianos, pero los que conocimos en Constantinopla eran ladrones apestosos, avariciosos y violentos, igual que Boril pero mejor vestidos, y trataban como a la mierda a los que tenían menos dinero que ellos. Boril le decía a mi hermano:
    - Seguro que tu padre fue un caballero franco que montó a la perra de tu madre cuando Adrianópolis les pertenecía. Eres grande y fuerte, y llevas la guerra en la sangre.
    Mi hermano a los ocho años era tan grande como yo a los once. Era taciturno y silencioso, de mirada grave y pelo oscuro. Aunque era un niño disparaba con el arco de tejo mejor que el propio Boril, que le había enseñado a cazar y a defenderse de los rateros y de los sacerdotes pervertidos. Nunca hablaba mucho, así que yo me encargaba de relacionarme con la gente, de buscar algún sitio para dormir o de administrar las escasas monedas que caían en nuestras manos. Yo había heredado la belleza y los finos rasgos de nuestra madre, pero de seguro que él se parecía en todo a su padre, fuera éste quien fuera.
    Un día Boril dijo:
    - El Zar está luchando contra los de Nicea. Si me voy ahora, tal vez llegue para rapiñar las sobras del botín, y eso para mí es suficiente. A vosotros os he vendido a un astrólogo.
    Le grité y comencé a darle patadas, diciéndole que era un cerdo miserable y que ni mi hermano ni yo éramos esclavos. Boril se reía, y de un manotazo me tiró al suelo. Entonces mi hermanito se abalanzó sobre él, y seguro que si hubiera tenido cinco años más le hubiera matado, pero no era el caso, así que el búlgaro se lo sacó de encima y le dio una paliza. Nos llevó a una casa, en un buen barrio, y un hombre le pagó tres constantinata de cobre por los dos. Se despidió de nosotros revolviéndonos el pelo:
    - Hasta otra, muchachos. Espero que tardéis en olvidar a vuestro padrecito querido.
    Y es cierto que aún no le hemos olvidado.
    Nuestro nuevo dueño se llamaba Demetrios Comneno. Era un hombre muy rico, emparentado con las familias de antiguos emperadores. Se le soportaba en la ciudad por su oro, pero no por sus costumbres, semejantes a las de los árabes. La gente decía que era un sodomita y, aunque él y sus amigos siempre lo negaban, era totalmente cierto. Después de un año sirviéndole en los establos, limpiando a sus caballos, una pequeña herida en el dedo gordo de mi pie izquierdo me causó infección y fuertes fiebres. Nuestro amo vino a verme.
    - No te preocupes, muchacho. He estudiado medicina. Si no queremos que la infección se extienda tendremos que amputar ese pie enfermo. Intentaré salvarte el tobillo para que la mutilación no sea tan grave, pero si después surgen problemas tendremos que cortar desde la rodilla.
    Yo grité que dejara mi pie en paz, y también que no era un esclavo, sino un hombre libre, ciudadano de Adrianópolis, pero no me hizo caso. Tenía trece años cuando perdí mi pie, y mi hermano sin nombre tenía diez.
    Nuestro amo Demetrios vino a verme mientras me recuperaba de mis fiebres.
    - Se nota que eres un muchacho inteligente. No pareces un pedigüeño, ni un esclavo de cuadras.
    - Nací pobre, no esclavo. Mi hermano es mi única familia, y no habla mucho. Tuve que aprender a desenvolverme por los dos.
    - ¿Sabes escribir?
    - Sé dibujar los números y la mayoría de las letras –y aquello era cierto, pues aunque pobre siempre conté con el interés y la necesidad, y con sacerdotes igual de pobres que yo que me instruían a cambio de un cobre o algo de caza.
    A nuestro amo le pareció bien. Hizo que me enseñaran a leer y a escribir correctamente, y en poco tiempo le ayudaba en sus estudios. A Demetrios le apasionaban las estrellas. He de decir que también le apasionaba pasar su tiempo de forma poco cristiana con jóvenes hermosos e inteligentes, pero era un hombre muy correcto y agradable, de formas refinadas y jamás se sobrepasó. Me acostumbré a estudiar las estrellas con él. Aprendí a usar el astrolabio, el sextante y el cuadrante, a contar con el ábaco y a apuntar las efemérides de cada año.
    Demetrios también sacó a mi hermano de las cuadras.
    - Es el muchacho más fuerte que conozco. Será un buen guerrero.
    - A mi hermano y a mí nos hubiese gustado ser caballeros. Mi hermano es fuerte y hábil, y confía en la justicia por encima del resto de las cosas. Yo también podría ser caballero. Soy inteligente, y la fuerza que le falta a mi cuerpo le sobra a mi voluntad.
    - Tu hermano no puede ser caballero. Y no por su nacimiento humilde o por falta de aptitudes. Yo puedo abalarle y prestarle sus primeras armas, pero no tiene nombre, y eso es imperdonable.
    Entonces Demetrios señaló a las estrellas:
    -¿Ves aquella constelación, seguida de cerca por la estrella Sirio?
    - Es Orión, el cazador.
    - Así es. Un cazador, como tu hermano.
    - ¿Entonces quieres que le demos a mi hermano el nombre de Orión?
    - No. Orión es un gigante, y tu hermano un niño. Se llamará Saif, espada, como llaman los árabes a la estrella que brilla en el cinto del gigante. Tú, sin embargo, eres la estrella que más brilla en Orión, quien soporta la constelación, y te llamaremos Rigel, el pie del gigante.
    Demetrios me amaba, aunque no como un padre ama a un hijo. Nos dio la libertad a mi hermano y a mí, e hizo venir a un sacerdote para que recibiéramos el bautismo. Entramos en la pila bautismal sin nombre (yo había preferido olvidar el mío tiempo atrás, y mi hermano nunca tuvo uno), y salimos como Rigel y Saif Orionis, servidores de la casa del erudito Demetrios Comnenos de Constantinopla.
    - Si tu hermano quiere de verdad ser un caballero, puedo ofrecerle un destino aún superior: ser un caballero Santo.
    Fue entonces cuando Demetrios me habló por primera vez del Santuario.
    - En Atenas, la ciudad de la diosa pagana Atenea, existe una orden de hombres santos que luchan por proteger la vida y la justicia en el mundo. Reciben su fuerza del cosmos, y cada uno está auspiciado por una de las 48 constelaciones que Claudio Ptolomeo cifró en su Almagesto. Yo mismo pertenezco a la orden, y estudio el cielo buscando signos de la batalla que está por librarse entre lo Bueno y lo Malo. El Santuario siempre está necesitado de nuevos defensores, y la fuerza del cosmos que veo tanto en ti como en tu hermano es digna de los santos caballeros.
    Durante el año siguiente mi hermano recibió entrenamiento físico en la casa de Demetrios. Yo seguí su mismo entrenamiento y, cuando mi pie mutilado me impedía seguir, mi hermano Saif me ayudaba. Por las noches estudiaba el cosmos con mi antiguo dueño.
    - Ptolomeo cifró 48 constelaciones, pero mis estudios matemáticos me inclinan a pensar que aún debería haber más si es, tal y como pienso, que Erastótenes, Estrabón, Beda el Venerable y otros sabios decían la verdad al describir la Tierra como una esfera. No se ven las mismas estrellas aquí en Constantinopla que en París o en Alejandría. De seguro que en el continente Austral deben verse estrellas nunca soñadas por nosotros los septentrionales.
    No fuimos los únicos niños que recibimos entrenamiento en casa de Demetrios. Había una niña, Maia, que bordaba y tocaba el úd y la cítara cuando venían invitados importantes, pero cuando estábamos solos peleaba como los demás. Teníamos prohibido pegarle en la cara, así que nos ensañábamos golpeándole en los brazos y en las piernas. Le dábamos más fuerte que a los demás, porque era una chica, porque cuando no entrenaba la trataban como a una princesa y porque muchas veces nos machacaba ella a nosotros. También había un chaval valaco, tan fuerte como mi hermano. Era capaz de levantar a Maia con un solo brazo y comía como dos hombres adultos. Se llamaba Decebal, y de niño había sido tan pobre como nosotros. El último de los nuestros se llamaba Gabriel, y había pasado su infancia formándose para ser sacerdote. Pintaba iconos de los Santos, bellísimos, en tablas de madera, con colores al temple y pan de oro.
    - El año que viene viajaremos a Atenas. Ya seréis hombres, los cinco, y tal vez paguéis con vuestras vidas la ambición de convertiros en Santos. Es vuestra elección seguir adelante o dejar este camino por otros más apacibles.
    Demetrios sabía que los cinco querríamos seguir adelante. También sabía que no todos sobreviviríamos o nos veríamos convertidos en santos. Le preocupábamos especialmente Maia y yo. Me decía:
    - Has sido muy valiente al entrenarte como un caballero, Rigel, pero no tienes porque seguir. El Santuario puede necesitar eruditos y mayordomos, no sólo guerreros. Estás lisiado, y por mucho que tu alma sea fuerte, tu cuerpo no podrá resistir las pruebas a las que deberás someterte.
    Un día vi a Maia llorando. No me sentía cómodo con ella, y apenas la conocía. Dormía en su propio cuarto, y tenía una doncella que la atendía. Los otros tres aspirantes a Santo dormían en la misma habitación, y yo dormía a veces con ellos y otras en el estudio de Demetrios. Pensé que lloraba porque era una niña floja y le habíamos arreado demasiado fuerte.
    - No llores. Mañana te pegaremos más flojo, para que aguantes.
    Maia me miró con odio y rabia.
    - Déjame en paz, lisiado inútil.
    Entonces vi que tenía sangre en el vestido y me asusté.
    - ¿Te han herido? ¡Demetrios tiene que verte antes de que te desangres!
    Maia puso los ojos en blanco.
    - Sin pie y sin cerebro. Qué vida más triste la tuya.
    Yo no entendía nada.
    - Es mi primera sangre de la luna, idiota. Ya soy, técnicamente, una mujer. Yo quería convertirme en un caballero Santo, no en una mujer.
    - Pero es que eres una chica. Te convertirás en mujer y tendrás hijos y todo eso. Es lo normal.
    El cuerpo de una mujer no era tanto un misterio como un objeto de leyenda para mí. No sabía mucho sobre el tema, pero sí algunas cosas. Sabía que si una mujer sangra por ahí es que puede tener hijos, y que le crecerán los pechos, y que tendría que casarse antes de que se le cayeran las tetas y ningún hombre quisiera mirarla. Eso es lo que sabía entonces, y para mí eso era tan cierto como Dios misericordioso. Se lo dije a Maia, pero no le gustó. Me tiró una de sus sandalias y me dio en toda la cara.
    - Vete, imbécil.
    Pero no me fui. Yo tenía casi quince años y ella trece. No lo reconocía ante los muchachos, pero me parecía bonita, y a veces me tocaba pensando en ella.
    -Maia, todos crecemos, en eso consiste vivir. Tú eres ahora una mujer, y yo un hombre sin pie, pero eso no implica que no podamos seguir luchando por lo que queremos.
    - Para ti es más fácil que para mí. Cuando mi madre se entere de que ya puedo tener hijos me casará con un viejo rico, y entonces mi vida se acabará. Así, sin más.
    Y chasqueó los dedos ante mi cara, y enterró la suya entre sus brazos.
    - ¿Sabes cómo me apellido? – preguntó.
    - No. No sé nada de ti. Sólo que cuando viene gente importante se te trata como a una princesa.
    - Me llamo Maia Comnena. Mi madre vino de Tiflis, en Georgia, y su familia estaba emparentada con la reina Tamar. Cuando los del Jorasán ocuparon su país, ella y sus hermanas fueron a Trebisonda, intentando emparentar, como antaño, con buenas familias griegas. Basilio Comneno, el hermano de tu señor, prometió a mi madre que se casaría con ella y que la haría emperatriz. Gozó de ella y se quedó con sus joyas y cuando, después de nacer yo, mi madre engordó y perdió su atractivo, mi padre la olvidó y se fue con otra. Mi madre consiguió casarse con un mercader de salazones, pero su nuevo marido no quería a una bastarda de la nobleza cerca, así que me echó de su casa. Mi tío Demetrios me acogió para limpiar su conciencia del mal que causó su hermano a mi madre. Nos trajo a Constantinopla y ayudó al marido de mi madre a establecerse en la ciudad.
    Demetrios, pese a su afición por los muchachos imberbes, era un buen hombre, al menos para el canon de la nobleza griega. Acogió a Maia en su casa y le dio su nombre, y le pagó la educación de una cortesana. Maia sabía cantar y tocar varios instrumentos musicales, bordar, leer, escribir y hablar sobre política. Su madre quería que recuperar su nobleza perdida, e intentaba casarla con un caballero franco, con un barón menor, o con el hijo de algún conde.
    - Pero yo no quiero eso. No quiero que mi vida termine en un matrimonio. No quiero ser una mujer, como mi madre, y parirle los hijos a un pescadero o a un aristócrata. No quiero tener un dueño, ni depender de nadie para vivir. Quiero ser un caballero, pero no de los que luchan por un pedazo de tierra o una bolsa de oro, sino de los que lo hacen por lo que hay de bueno en la vida, lo que no es miseria y avaricia y rencor y estupidez.
    - A mi me dicen que no puedo luchar por culpa de mi pie. Pero lucho cada vez que apoyo mi muñón en el suelo, cada vez que veo a esos nobles que te rondan mirarme a mí y a mis compañeros por encima del hombro y cada vez que recuerdo mi infancia en Adrianápolis, cuando me consideraba afortunado por poder comer rata.
    - Lo tuyo es más fácil que lo mío. Cuando mi doncella sepa que menstruo se lo dirá a mi madre y no tardaré ni un mes en estar casada con algún viejo caballero. Ya me rondan los de Tolosa, un caballero de Foix, gente de los Lascaris y de los Procas y hasta un peletero genovés. Mi tío me dejará en manos de mi madre, porque yo sé que piensa que no podré llegar a ser parte del Santuario.
    - No te preocupes. Yo te ayudaré con tu doncella. Cuando sangres aléjate de ella, no dejes que te bañe. Yo me encargaré de entretenerla esos días.
    La doncella de Maia se llamaba María, y tenía veinticuatro años. No era especialmente bonita, pero si algo aprendí en mis años con Boril fue a desarrollar mi lengua zalamera. María me enseñó cosas que yo hubiera preferido aprender con Maia. No le dije nada a los demás, que llegaron al santuario puros como niños. Durante seis meses ayudé a Maia. Lavaba sus paños sucios y le traía paños limpios, y en los días en que sangraba colmaba a María de atenciones y caricias. Pero el tiempo hizo que fuera imposible no ver que Maia se había convertido en una mujer.
    Demetrios hizo llamar a la madre de Maia.
    - Te irá mucho mejor aquí, en Constantinopla. Yo te ayudaré a encontrar un buen partido, y pagaré tu dote. Eres como una hija para mí. No quiero que arriesgues tu juventud, tu belleza y tu vida por un imposible.
    Pasó toda la mañana arrodillada en el centro del patio de entrenamiento. Nadie se atrevía a acercarse a ella. Fue la primera en demostrar la fuerza de su cosmos, un halo helado que la envolvía, y el viento que asoló el patio aquel día provenía de ella. Los siervos de Demetrios tenían miedo, así que fui a hablar con él.
    - No hace falta ser un sabio para ver que el lugar de tu sobrina no es donde tú y su madre decís que está. Ella es tan caballero como Saif, Gabriel, Decebal y yo mismo. Deja que venga con nosotros a Atenas.
    Demetrios se enfadó conmigo, y me gritó e insinuó que yo no tendría que meterme en los asuntos de su familia, y que no sería nada sin él, sólo un mendigo mutilado más en las calles de Constantinopla. Yo también me enfadé, y le llamé maricón, y le recordé que si no hubiera estado trabajando como un esclavo limpiando la mierda de sus caballos aún tendría los dos pies. Me pegó una bofetada y me llamó insolente, y las cosas se enfriaron mucho entre nosotros dos.
    Cuando vinieron a llevarse a Maia el frío y el viento en el patio de Demetrios era insoportable. Su madre, una mujer gorda y envejecida, que intentaba aparentar una riqueza que no poseía, apenas podía andar por culpa de la fuerza del cosmos de su hija adolescente.

    No volvimos a verla en la casa de Demetrios. Se fue, y antes de salir por la puerta miró hacia atrás y su mirada su cruzó con la mía. “Lucha”, le dije con la mirada, pero ella no hizo gesto de entenderme.
    Pasaron los meses y el verano se acercaba. Los cuatro aspirantes estábamos nerviosos y deseábamos demostrar la fuerza de nuestro cosmos, pero aún no estábamos preparados. Demetrios nos enseñaba la teoría, pero en la práctica estábamos entrenados por guerreros normales que sabían poco o nada sobre el Santuario.
    - Vuestro verdadero entrenamiento empezará en breve, cuando lleguemos a Atenas.
    Mis otros dos compañeros, Gabriel y Decebal se entrenaban tan duramente como mi hermano y yo.
    Gabriel era de Nicea, de una familia campesina, y desde pequeño decía soñar con la virgen. En la granja de sus padres la pintaba, con colores que él mismo fabricaba, con restos de carbón y tierra, mezclados con huevo. Sus pinturas, con estos materiales, estaban tan vivas que sus padres no dudaron de que su hijo estaba destinado a convertirse en un santo. Primero sacerdotes y después el mismo obispo de Nicea quisieron conocer a Gabriel, ver sus pinturas y escuchar lo que tenía que decir sobre la virgen.
    - La veo en mis sueños, vestida con una coraza de oro, y me dice que es hora de luchar contra el adversario, y que mis dudas se resolverán mirando hacia las estrellas.
    Los sacerdotes decían que era un niño santo, y le daban pinturas de calidad y láminas de pan de oro para que pintara iconos y ya a los diez años le consideraban un genio pintando a la virgen y a los santos, aunque siempre los representaba armados como caballeros, con suntuosas cotas doradas y amplias capas azules y blancas, los colores de la virgen.
    Para estudiar teología, griego, latín y hebreo viajó, junto a un sacerdote llamado Alexios, a Constantinopla. Alexios pensaba sacar fondos con la habilidad como pintor de iconos de Gabriel y así fue como Demetrios le encontró.
    - Me dijo que él podía enseñarme a la virgen que yo pintaba, y que podría llegar a ser uno de los santos que la acompañaban. Así que aquí estoy, deseando servir a mi virgen, se llame María o Atenea. Para mí es mi verdadera madre, la que me habla cuando sueño, y no me importa que me mande directamente a la boca del Mal, porque moriría gustoso por ella.
    Decebal era un animal salvaje. Cuando se llevaron a Maia comenzó a golpear piedras con las manos.
    - Os demostraré que soy más fuerte que esa cría llorona.
    Y se pulverizó los nudillos, y aún así seguía golpeando.
    - Allí en los bosques de Romania (o Valaquia, como dicen otros) donde yo nací, hay que ser duro como la piedra. Día sí día también nos atacan los búlgaros, los húngaros, los alemanes, los cumanos, las bestias salvajes, los espíritus de nuestros enemigos muertos, el frío y el hambre. Yo tengo doce años, y una vez maté a un hombre con una piedra.
    Demetrios decía que en Valaquia habían vivido los celtas, los romanos, los godos y los hunos, los pueblos más belicosos del pasado, y que Decebal había heredado el carácter de sus antepasados. Era un bribón, fuerte, fanfarrón y maleducado, un poco como mi padrastro Boril. No me caía bien, pero le respetaba porque era el único que no sentía lástima por mi mutilación. Era tan fuerte que incluso mi hermano caía a veces ante sus golpes.
    Cuando llegó el día de partir nos mostramos tranquilos, pero se bien que los cuatro estábamos igual de nerviosos por dentro. Demetrios dijo:

    - Viajaremos por mar hasta Atenas. Allí presentaremos nuestros respetos al Santuario y, si se os considera dignos, cada uno de vosotros continuará su entrenamiento con un maestro, en distintas partes del mundo, y competiréis con otros aspirantes por el honor de vestir la armadura de un santo de Atenea. No me defraudéis. He puesto muchas esperanzas en vosotros.
    Cuando ya estábamos a unas millas de la costa, al salir de Constantinopla, un marinero gritó:
    - ¡Hombre al agua!
    Y efectivamente había alguien en el agua. Venía nadando desde algún punto de la ciudad, y ya llevaba recorridas un par de millas. Los marineros redujeron la velocidad de la nave para esperar al desconocido y le ayudaron a subir cuando llegó. Todos nos sorprendimos cuando Maia, completamente empapada y exhausta, trepó por la borda de nuestro barco.
    Demetrios puso el grito en el cielo y ordenó que dieran la vuelta a la nave. Maia dijo “eso no hará falta”, y tal como estaba, aún resoplando por el esfuerzo, se tiró al mar.
    - ¿Qué haces? ¡Vuelve aquí ahora mismo.
    - Iré nadando al Santuario si hace falta, tío. Te demostraré que soy un caballero y no una matrona.
    Y se puso a nadar, alejándose de Constantinopla.
    Decebal no lo dudó un momento. Se quitó los zapatos, las calzas y la camisa y se lanzó al mar.
    - No subo al barco hasta que lo haga ella.
    Mi hermano hizo lo mismo, y después lo hizo Gabriel. Yo fui el último, aunque no lo hice muy convencido. Sin pie podía planificar batallas, luchar a caballo o combatir contra enemigos, siempre que no tuviera que moverme demasiado. Nadar era más complicado.

    -¡Subid al barco ahora mismo, desgraciados! No podréis llegar a Atenas nadando.
    Pero ya no le escuchábamos. Decebal iba en cabeza, porque para su orgullo de salvaje era un insulto que una mujer demostrara el valor y la fuerza de Maia. Después iban Saif, Maia y Gabriel, y yo nadaba el último, como podía, impulsándome con la fuerza de mi espalda.
    Después de lo que a mí me pareció una eternidad los marineros se cansaron de esperarnos y nos lanzaron cuerdas para que subiéramos a bordo.

    - ¡Así no llegaremos nunca! ¡Tenemos trabajo que hacer, así que subid de una vez, malditos críos!
    Yo fui el primero en coger una cuerda, y Decebal el último. Nos quedamos tendidos sobre la cubierta del barco, empapados, riendo casi sin aliento. Estábamos contentos de volver a ser cinco, aunque sabíamos que pronto volveríamos a separarnos, tal vez para siempre.

    Y navegando hacia Atenas es cuando escribo estas palabras. Maia está sentada sobre el mástil de proa, deseando llegar al Santuario para demostrar que puede ser tan fuerte como cualquier hombre. Decebal masca cecina mientras pasea su mirada torva sobre el horizonte, y seguro que se imagina a sí mismo vestido con una armadura de oro y aplastando a sus enemigos. Gabriel está rezando, y seguirá haciéndolo hasta que lleguemos a Atenas, antes de que acabe la jornada. Mi hermano Saif pasea arriba y abajo por la cubierta, como un león atrapado. Yo escribo y, de tanto en tanto, miro al lugar donde solía estar mi pie, e imagino a los hombres santos del santuario, riéndose y observándome con lástima: mirad, aquí está, el lisiado que quería ser caballero.
     
     
    Ataque
     
    Viento de Soledad:  Un frío torbellino surge alrededor de Maia, volviéndose poco a poco más violento hasta que, expulsándolo hacia el objetivo, se dirige a su contrincante. El rival quedará atrapado en el centro del torbellino, sin poder respirar, y el mismo le lanzará por el aire hasta su inevitable caída.
    Puntos de Cosmos: 5 Daño: 10 + 2D8 Por la caída. Efectos: El torbellino asfixia al rival. El daño base no puede dividirse con la armadura. En caso de crítico, la caída será desde mayor altura y serán 2D10 en vez de 2D8.  
    Ficha de jugador
     


     




    Retrato de Maia


  4. Me Gusta
    peski2 reaccionó a Vicio en Historia y Ficha: Kiriel   
    [center][b]Historia[/b][/center]

    [center][i]Creta, 1229 d.C.

    Un hombre pasea tranquilamente por un bosque, cerca de un pequeño riachuelo que transcurre a través de la arboleda. De repente ve algo en la orilla de aquel riachuelo, pero no puede apreciar bien lo que es, debido a los arboles y arbusto que hay frente a él, así que decide acercarse un poco más para ver de que se trata. Tras acercarse unos metros, puede ver que hay un caballo bebiendo agua y que a su lado tirado en el suelo parece ver el cuerpo de una persona. Tras un momento de reflexión, el hombre decide acercarse para ver si la persona necesita ayuda.
    Con mucho cuidado, para no asustar al animal, se acerca hasta él y con un movimiento rápido atrapa las riendas haciendo que el caballo no pueda escapar. Tras atarlo fuertemente a un árbol, se acerca al cuerpo que está en el suelo.
    Al inspeccionar el cuerpo, se da cuenta de que es un niño de corta edad y que esta inconsciente, pero que respira y está vivo. Rápidamente se pone manos a la obra e intenta devolverle la consciencia. Toma un poco de fresca agua del riachuelo y hace que el pequeño beba un poco de ella. Tras varios intentos, el pequeño despierta tosiendo debido al agua que el hombre le había suministrado.
    - Hijo, ¿estás bien?
    - Si…. ¿pero dónde estoy? ¿Quién es usted?
    - Tranquilo chico…..te acabo de encontrar inconsciente junto al riachuelo. Dime ¿Cómo te llamas?
    - Mi nombre es Kiriel….y usted ¿Cómo se llama?
    - Mi nombre es Agenon.

    Transcurrieron unos minutos en silencio en la que el pequeño Kiriel tenía la mirada perdida, mientras Agenon lo observaba.
    De repente, Agenon, comienza a hablar.

    - Me has dicho que tu nombre es Kiriel….cierto?
    - Sí señor, ese es mi nombre.
    - ¿Y de dónde vienes hijo? ¿Por que estabas en este bosque inconsciente?
    - Vera señor, lo último que puedo recordar, es a mi padre montándome en el caballo y diciéndome que corriera lejos de allí. Que me dirigiera a Atenas y que cuidara el objeto que portaba conmigo.
    Entonces tanto el chico como el hombre miraron a su alrededor y junto al caballo vieron un gran bulto envuelto en una gran tela.

    - ¿Ese es el objeto al que te referías, chico?.
    - Si, es ese señor.
    - Y dime, ¿Por qué huías de tu hogar?
    - Mi pueblo, al sur de la isla, fue atacado por un gran número de soldados del imperio latino y mataron a casi todos los habitantes. Imagino que solo sobrevivieron los que pudieron escapar como yo.
    - Entiendo, hijo….
    Agenon se quedo pensativo mirando a Kiriel, pensando en el ataque que había sufrido el pueblo del chico.
    Al cabo de un rato, Agenon volvió a preguntarle a Kiriel:
    - ¿Sabes que es lo que tu padre te encomendó proteger?
    - No lo sé señor, ya que lo tenía envuelto y montado en el caballo cuando me obligo a partir.
    - Muy bien….
    - Pero si quiere puedo destapar lo y ver de qué se trata…
    - Como prefieras Kiriel, es tu carga y lo que tienes que cuidar.
    El chico, que ya había recobrado algo de fuerza, salió corriendo hacia el objeto envuelto en tela, y comenzó a desenvolver lo. Tras unos segundos de trabajo, consiguió sacar el objeto.
    Agenon al observar el objeto se sorprendió, ya que sabía perfectamente que era aquello. Comenzó a caminar hacia Kiriel, el cual observaba y tocaba aquello que había portado hasta aquel momento.
    Agenon se agacho junto a Kiriel y le dijo:

    - Dime Kiriel, ¿sabes que es esto?
    - No señor, nunca lo había visto antes.
    - Esto es una caja, en la que en su interior se encuentra una armadura. Una armadura de los santos de Atenea.
    - ¿Una armadura? ¿de los santos de quien…?
    - Es una armadura de plata, perteneciente a un caballero de Atenea. Por lo visto tu padre formaba parte de la orden y te encomendó protegerla para que no callera en manos equivocadas.
    Kiriel observaba la caja con mayor interés tras lo que Agenon le había comentado.
    Pensaba para sí mismo, de que se trataba aquello de los caballeros de Atenea y de si su padre fue uno de ellos.

    De repente, Agenon se levanto y agarro las riendas del caballo. Monto al chico en él y cargo a sus espaldas la caja con la armadura.

    - Hijo, ahora yo me haré cargo de ti. Voy a llevarte a un lugar en donde te harás fuerte y algún día podrás llevar puesta la armadura que perteneció a tu padre.
    - ¿Y cuál es ese lugar, señor?
    - El santuario de Atenea.
    - El santuario de Atenea….. – se dijo a si mismo Kiriel-
    - A partir de ahora seré tu maestro….así que llámame Agenon.

    Así, de esta forma, comenzaron el camino hacia el santuario…..lugar en donde la diosa Atenea era protegida por sus caballeros.[/i][/center]

    [center][b]Ataques[/b][/center]

    [center][i][u]Flecha Fantasma[/u]: Lanza cientos de flechas ilusorias contra su adversario, exceptuando una de ellas, poderosa flecha que será capaz de herir al rival clavándose en una zona de su cuerpo.
    Puntos de Cosmos: 8
    Daño: 20 Puntos + Tirada en la Tabla de Localización.
    Efectos: El rival debe de superar una tirada de Reflejos de 100 (además de esquivar o parada) cuando el Ataque sea lanzado como crítico para evitar parcialmente los efectos adicionales del ataque. Cuando sea un ataque conseguido con un éxito normal, no será necesaria esta tirada adicional.
    [/i][/center]

    [center][i][u]Flecha de la Justicia[/u]: Concentra todo su energía en un poderoso golpe que alcanza al enemigo como si de una poderosa flecha se tratase.
    Puntos de Cosmos: 5
    Daño: 15 + Puñetazo (1D6)x2
    Efectos: Un poderoso rayo con aspecto de flecha de luz impacta al rival. En caso de crítico, aplicar la Tabla de Efectos Perforantes.[/i][/center]

    [center][i][u]Flechas Carmesíes[/u]: Cinco pequeñas saetas de luz salen disparadas de la mano del lanzador y atraviesan al rival, perforándole el cuerpo y causándole un fuerte dolor que ralentiza sus movimientos.
    Puntos de Cosmos: 12
    Daño: 25 (5 Puntos de Vida cada flecha)
    Efectos: Las cinco flechas rojas alcanzan al rival clavándose en su cuerpo. Este ataque no puede esquivarse global mente, el adversario deberá realizar una tirada de Esquivar o Parada por cada una de las cinco flechas, pudiendo sufrir herida por alguna de las mismas. Realizar una Tirada de Localización por cada flecha que impacte. El rival recibirá un penalizador de -5 a todas sus acciones por cada flecha que impacte durante 5 turnos.[/i][/center]


    [center][b]Defensas[/b][/center]

    [center][i][u]Pantalla de Flechas[/u]: Una cortina de flechas de luz caen desde el cielo desviando el ataque del rival.
    Puntos de Cosmos: 8
    Efectos: La lluvia de flechas dificulta el ataque del adversario llegar hasta ti. Durante ese turno, el contrario sufre un penalizador de 25 puntos para lanzar su ataque.[/i][/center]

    [center][i][u]Escudo de Sagita[/u]: El cosmos se intensifica hasta crear un poderoso escudo que absorbe los ataques del rival y protege a su lanzador.
    Puntos de Cosmos: 12
    Efectos: El cosmos rodea al caballero, protegiéndole de todos los ataques hasta un máximo de 150 puntos. El Escudo permanecerá activo mientras le queden puntos de resistencia. Un ataque crítico lo fragmentará directamente, sin tener en cuenta su resistencia.[/i][/center]


    [center][b]Ficha de jugador[/b][/center]

    [center][img]http://imageshack.us/a/img707/111/kiriel1.jpg[/img][/center]
    [center][img]http://imageshack.us/a/img16/763/kiriel2.jpg[/img][/center]
    [center][img]http://imageshack.us/a/img833/7837/kiriel3.jpg[/img][/center]
  5. Me Gusta
    peski2 reaccionó a Vicio en Historia y Ficha: Patriarca   
    [center][b]Historia[/b][/center]

    [center][i]El anciano Patriarca nació en el mes de Noviembre del año 985 d.C., en una época convulsa, oscura, que veía la llegada del año 1.000 como la del fin del mundo. Europa se convulsionaba con los conflictos entre reinos, tal y como ahora, pero ampliando sus luchas internas. El mundo no se acabó en el año 1.000, pero no fue porque Jesucristo decidiera no adelantar el Apocalipsis, sino por el sacrificio en las tierras de Túnez de decenas de soldados de brillante armadura.
    Karadas nació en la isla de Chipre, antes de que los templarios la rebautizaran como San Juan de Acre, bajo el control del Imperio Romano de Oriente.

    Poco se sabe de su vida antes de convertirse en un caballero de Atenea. Los rumores entre los soldados del Santuario afirman que fue entrenado por el legendario caballero de Escorpio, Antares, que falleció en plena guerra Santa contra Hades, legándole su armadura a Karadas en medio del conflicto. Así mismo, dicen que fue reclutado, a la edad de seis años, por el propio Antares, quien en uno de sus viajes por la isla, vio como un niño desharrapado jugaba con escorpiones negros y recibía sus picaduras sin inmutarse. Seguramente era un huérfano, un niño abandonado por sus padres o víctima indirecta de los conflictos bélicos de la zona.

    Sea como fuere, Karadas se convirtió en un poderoso alumno y a pesar de sus esfuerzos y de su increíble poder, Antares se negaba a pedirle al Patriarca que le entregase una armadura de Atenea. La incomprensión y las dudas marcaban al joven, pero le debía tanto a aquel hombre vestido de oro, que le había enseñado hasta sus más preciadas técnicas, que no se atrevía a contradecirle.

    Al final, como en cada época, el conflicto estalló. Las fuerzas de Hades despertaron de su letargo en el Norte de África, cuna del poder militar en aquella época, y se lanzaron contra Europa. Fueron años durísimos. Muchos, como Karadas, habían sido entrenados y no disponían de armadura porque sus maestros se habían negado… para que pudieran sustituirles cuando sucumbieran a las inmortales hordas del ejército del mal. De esta dolorosa forma, Karadas comprendió la intención de todos los caballeros y junto con sus compañeros, asumieron el rol principal de proteger a Atenea y de luchar a su lado. Gracias a los conocimientos mágicos de dos caballeros, un picto de las tierras altas de Britania y un trilero del Califato de Damasco, y el poder de Atenea, pudieron hallar la forma de encerrar las almas de los guerreros de Hades y, finalmente, vencer al alto precio de todos aquellos caballeros veteranos que todavía quedaban con vida. Atenea sobrevivió, debía hacerlo. El Patriarca anterior, antes de morir, había visto en las estrellas que Ares intentaría atacar la tierra tras el conflicto y aunque tardo casi cinco años en hacerlo, su feroz ataque vino casi al mismo tiempo que el de Poseidón y sus generales.

    Contra dos dioses encarnados, con jóvenes caballeros, Atenea fue la fuerza de todos y gracias a quien pudieron derrotar las temibles amenazas que se cernían sobre la tierra. Karadas nunca podrá olvidar como, cuando ella se hundía en las profundidades del mar Jónico, sellando el alma de Poseidón, tras haber acabado con el resto de amenazas, le dedicaba una dulce sonrisa y le pedía que fuera el pilar del nuevo santuario.

    El cosmos de la diosa le envolvió a él, a Teleo de Piscis, a Mensho del Escultor y a Cástor de Géminis. Karadas asumió el papel de Patriarca en el Santuario; Mensho se marchó a Jamir junto a algunos aprendices, para reparar las maltrechas armaduras; Teleo se despidió y se marchó lejos, a Asia, a estudiar y conocer los secretos de otras culturas para tener más armas en la siguiente venida del mal y Cástor se quedó en Grecia, decidido a compaginar su vida de caballero con la idea de formar una familia en el pequeño pueblo a pie del Santuario.

    Han pasado muchos años desde aquel momento. Karadas no ha vuelto a ver a ninguno de sus antiguos compañeros. A veces, visita la tumba de Cástor y habla con él, o recibe alguna misiva o mensaje de Mensho, de las altas tierras de Jamir. Pero de Teleo, tras los primeros años, no volvió a saber nada hasta que, hace unos cincuenta años, una caravana de comerciantes dejó una enorme caja en la colina que contenía la armadura de Piscis y una carta que decía que, cuando fuera el momento, regresaría a Grecia.

    Sin embargo, la historia de Karadas como Patriarca no ha hecho más que comenzar.[/i][/center]


    [center][b]Ficha de Jugador[/b][/center]

    [center][img]http://imageshack.us/a/img845/8336/patriarca1.jpg[/img][/center]
    [center][img]http://imageshack.us/a/img26/6163/patriarca2.jpg[/img][/center]
    [center][img]http://imageshack.us/a/img59/213/patriarca3.jpg[/img][/center]
  6. Me Gusta
    peski2 reaccionó a jorben en Historia y Ficha: Patriarca   
    Buah, muy interesante, ya quiero saber más.
  7. Me Gusta
    peski2 consiguió una reacción de Aioros87 en Colección de Aioros 87   
    Impresionante colección, muy completa. jajaja suele ocurrir que uno empieza por 2 o 3 figuras y cuando se viene a dar cuenta...
    Espero seguir viendo los progresos!
  8. Me Gusta
    peski2 consiguió una reacción de jorben en DeathMask de Cáncer EX   
    Hay que tener paciencia, aún faltan varios meses hasta que vea la luz, comprendo que todos tenemos ganas de ver imagenes más avanzadas, pero todo llegará a su debido tiempo. No creo que tenga que ver con que tengan aseguradas las ventas o no.
  9. Me enfada
    peski2 consiguió una reacción de hagen1978 en Ikki de Fénix Armadura V2 EX   
    Me habia prometido a mi mismo que con las EX coleccionaría los caballeros de Oro y nada más...tras ver esto mi voluntad empieza a flaquear.
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